Colaboración para la Revista Etcétera del 10 de Septiembre de 2009.
¿Medio diabólico?
Jorge Meléndez Preciado
Cuando la televisión era motejada como la “caja idiota” o “idiotizadora”, leí un artículo en Excélsior, del genial Alejo Carpentier. El autor de bellas novelas que eran como sinfonías perfectas y arquitecturas eclesiásticas, según críticos, nos alertaba: la pantalla chica transmitía cultura, sobre todo conciertos, presentaba museos, difundía países ignotos y culturas varias. No comentaba, en su texto, acerca de las aburridas conversaciones con escritores ni de la posibilidad de darle vuelo y altura al libro, esto último realizado ocasionalmente.
Tuve posibilidades, en los años 70, de colaborar en Canal 11 en las series Libros en imágenes y México y su economía, entre otras. En la segunda participé debido a que estudié en lo que hoy es la Facultad de Economía de la UNAM. Posteriormente, gracias a José Antonio Álvarez Lima, realicé la serie Después de la letra…la palabra, tanto en Canal 7 y 13 (de ahí fue sacada del aire por el priísta Romeo Flores Caballero y por Julio Solórzano Foppa), así como en el 22 durante sus inicios.
Experiencias aparte: empecé a ver la televisión en mi colonia, la Guerrero, sobre todo los domingos. Erogaba 20 centavos en el departamento de Rosa nombre mágico, cuyo padre era tortero y ganaba buenos pesos. La reunión tenía, asimismo, otros propósitos: tocarle la falda y hasta la pierna a varias asistentes, ocasionalmente darle un beso a una de ellas y recibir manazos, pellizcos y uno que otro bofetón (saludos, maese Sabina).
Veíamos, entonces, Los intocables, algo que me hacía recordar los Días de radio (Woody en la memoria), cuando escuchaba a Carlos Lacroix, que ordenaba a su secretaria Margot disparar contra los hampones (cuestión realmente fuera de serie, pues no he leído jamás que un detective privado se apoye en su ayudante para herir o matar a los sospechosos). También pasaban en el Canal 2 una serie de guerra, cuyo nombre afortunadamente he olvidado.
Después no me perdía Domingos Herdez, con el relamido señor Labardini, aunque me encantaba la pareja de Héctor Lechuga y Chucho Salinas, sobre todo cuando éste la hacía de Juan Derecho y latigueaba a quien infringía la ley.
De aquellos años, como no traer a la memoria, Variedades de mediodía; “El Loco” Valdés diciendo: “mi familia, me voy a dormir”, y lo hizo durante varios minutos sin que le importara un bledo el público y menos “El Tigre” Azcárraga. Y llamando “Bomberito” Juárez al indio de Guelatao, lo que indignó a una secretaría de Gobernación atrasada y nacionalera.
Mágnum, que están repitiendo, era interesante por Hawai y sus bellezas de todo calibre. Hubo una excepcional, se llamaba –creo– Mac Guire. Un investigador científico era encerrado en varios lugares y salía de los mismos antes de atrapar al maloso, gracias a que, con lo que tenía a la mano, inventaba algún aparato para liberarse.
Veo televisión, además, porque descubrí que los presos políticos de 68 hablaban –en voz baja– de telenovelas. En Cuba, un día alguien me paró no con el fin de inquirir sobre Emiliano Zapata, sino para saber cómo terminaba un culebrón mexicano. Y en Chile, en marzo de 1973, el director de canal 13 de ese país me contó que Salvador Allende prohibió que se suspendiera Novia del aire porque la masa se sublevaría y hasta podría haber un golpe de Estado; ya sabemos qué pasó.
Televisa va en decadencia, como el país. Antes exportaba telenovelas a más de 80 países. Ahora importa, colombianas y de otras naciones. Algo que hizo tiempo atrás la televisión oficial, con resultados espléndidos: Café con aroma de mujer, et al.
Los Simpson, por ejemplo, no fueron aceptados por el entonces monopolio y cuando Imevisión la pasó, algunos burócratas querían suspenderla. Hoy es, todavía, la más popular en TV Azteca.
Se necesita, obvio, romper el duopolio. Asimismo, que la televisión sea pública y no oficialista. La necesidad de nuevas voces. La unión, en serio, de las televisoras estatales. Y la apertura, sobre todo a los jóvenes, quienes ante la falta de atención se han mudado a Internet.
Se necesita, obvio, romper el duopolio. Asimismo, que la televisión sea pública y no oficialista. La necesidad de nuevas voces. La unión, en serio, de las televisoras estatales. Y la apertura, sobre todo a los jóvenes, quienes ante la falta de atención se han mudado a Internet.
http//:jorgemelendezpreciado.blogspot.com
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